Ya he cumplido cinco años. Para celebrarlo mi madre me ha llevado al parque más bonito del pueblo y me ha dejado empujar yo solo el balancín. Después de tres días intentándolo lo he conseguido.
Tres meses después de esto me han regalado una bicicleta sin ruedecitas. Me caía mucho y me cabreaba, pero al final, después de más de diez intentos lo he conseguido. He visto a mi madre desde el otro lado del parque sonreír y animarme. Se me escapó una lágrima de la emoción.
Poco después de eso me enteré de que mis abuelitos no estaban de viaje, si no que, estaban en el cielo, con lo angelitos. Mi madre me dijo que no los volvería a ver. Me puse triste porque solo me quedaba una abuelita por parte de padre, que estaba muy enferma. Al principio no los creí y me llevaron a un lugar donde había muchas paredes con nombres. Me explicaron que en ese sitio estaban los cuerpos de mis abuelos. Después de eso deseaba morirme para poder conocer a mi abuela, porque sus amigas me decían cosas muy buenas de ella.
Cuando empecé preescolar conocí a una niña llamada Liz. Era muy simpática. Le conté el problema de mis abuelos y me dijo que no me preocupara, que tarde o temprano vería a mis abuelos, porque todos iríamos al cielo si nos portábamos bien.
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